¡No te lo pierdas! Déjame leer...

Desde aquí puedes leer La vida vecina de Dimas Mas. Sigue el siguiente enlace: http://www.badosa.com/?l=es&m=080000&s=la+vida+vecina
El ángulo del horror de C. Fernández Cubas
¿Poesía? F. García Lorca en: http://www.espacioebook.com/ebook.aspx?t=Romancero%20Gitano
http://www.espacioebook.com/ebook.aspx?t=Poema%20del%20cante%20jondo

¿Prosa? G. A. Bécquer en: http://www.espacioebook.com/sigloxix/becquer/Becquer_ElBeso.pdf

http://www.espacioebook.com/ebook.aspx?t=D%C3%B3nde%20est%C3%A1%20mi%20cabeza

Lectura d'un relat de La bicicleta estàtica per Sergi Pàmies

Un conte molt interessant d'en F. Serés (traduit al castellà): Low cost love, low cost life

Meg Cabot, Código Cassandra y El chico de al lado

Una novela histórica: Simon Scarrow, El gladiador

Los juegos del hambre 3, Sinsajo

Una mostra

Una mostra

dijous, 7 de juny del 2012


Las ranitas en la nata

Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de nata.
Inmediatamente se dieron cuenta de que se hundían: era imposible nadar o flotar demasiado tiempo en esa masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos ranas patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente. Pero era inútil; sólo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era más difícil salir a la superficie y respirar.
Una de ellas dijo en voz alta: “No puedo más. Es imposible salir de aquí. En esta materia no se puede nadar. Ya que voy a morir, no veo por qué prolongar este sufrimiento. No  entiendo qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril”.
Dicho esto, dejó de patalear y se hundió con rapidez, siendo literalmente tragada por el espeso líquido blanco.
La otra rana, más persistente o quizá más tozuda se dijo: “!No hay otra manera! Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin embargo, aunque se acerque la muerte, prefiero luchar hasta mi último aliento. No quiero morir ni un segundo antes de que llegue mi hora”.
Siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar ni un centímetro, durante horas y horas.
Y de pronto, de tanto patalear y batir las ancas, agitar y patalear, la nata se convirtió en mantequilla.
Sorprendida, la rana dio un salto y, patinando, llegó hasta el borde del recipiente. Desde allí, pudo regresar a casa croando alegremente.

                                                                       Jorge Bucay, Déjame que te cuente